Aquella tormenta de verano les pilló
de imprevisto, como aquel sentimiento que asaltaba sus corazones.
Para ninguna de las dos cosas tenían protección, ya era tarde para
poner remedio alguno. Encogieron las cabezas y subieron los hombros
como hacemos todos cuando llueve, se abrazaron y dejaron que la
lluvia les empapase la ropa y el amor les caló el alma.
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