Hay quienes piensan que
los actores estamos todos locos. Y lo mejor... es que llevan razón.
Lo que no sé es porqué ven la locura como algo negativo. La vida
solo es soportable básicamente en tres estados: borracho, drogado o
loco. Para el alcohol y las drogas no tenemos ni cuerpo ni dinero, así
que volvámonos locos. Loco de atar, loco de amor... ¡o loca del
coño!
Pensad que un actor es
como un juguete al que desmontaron un día y al intentar volver a
montar las piezas encajaron de distinta forma. Desde entonces hablan
diferente. Ven diferente. Se mueven diferente. Pero sobre todo,
sienten diferente.
Un actor es como las
vecinas de toda la vida, necesitan llevar varias vidas hacia delante
para sentirse completamente plenos. Pero no lo hacen por simple
curiosidad o por puro morbo, como tus contactos de Facebook, no. Lo
hacen porque tienen tanto que mostrar, tanto que decir, tanto que
sentir, que una sola vida, una sola voz y una sola historia se les
queda muy muy cortas. Demasiado cortas.
Bendita locura y bendita
necesidad de crear personajes e historias que le dan sentido a la
magia del teatro. El teatro que es como un gran espejo en los que en
los que todos deberíamos mirarnos de vez en cuando para practicar el
más sano de los ejercicios: el de la autocrítica.
Para reírnos de nuestros
defectos, para aprender de nuestros errores, para recordar el pasado
o imaginar el futuro, para llorar con nuestras tragedias y dejarnos
llevar por nuestras pasiones.
Porque unos ojos
perfilados ven mucho más lejos. porque con la piel maquillada se
siente de otra manera, porque una cabeza con peluca es mucho más
lúcida y porque unos labios pintados besan muchísimo mejor.
Si, los actores estamos
completamente locos, somos unos enfermos, unos yonquis de ese gran
veneno que es el teatro.
Viva la locura y todos los
que participan de ella.
Viva el teatro y todos los
que se miran en él.
Viva la locura del teatro.